el malon vive ser visibles nos hace ser

Por Danilo Tonti

con colaboración especial de Gaby Socias

Sigilosamente, a fuego lento, en puntitas de pie, pasando casi desapercibido, el escurrimiento de la verdad no tiene solución de continuidad desde aquel 1492. A cuenta gotas parece caer la razón, virtud olvidada en el olvido más oscuro de los olvidos: aquel que deja en penumbras al propio hombre.

Y es que fueron esos cuatro números los que abrieron las puertas a uno de los paradigmas más excluyentes que la historia haya conocido, que dividió al mundo entre el bárbaro y el civilizado, entre el “indio bruto” y el “europeo racional”.

Hoy, aquellos postulados que de nefastos podemos tildar, siguen asintiéndose en la omisión, en la ausencia de la acción liberadora, en la palabra muda que sigue creyéndose -o no quiere dejar de creer- el pintoresco cuentito del atraso. Quizás tenga razón Eduardo Galeano cuando dice “hasta que los leones no tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador”.

"El olvido a veces es tan penetrante que nos hace olvidar, incluso a nosotros mismos, quienes somos"

Los pueblos originarios existen, hoy, año 2010, ciudad de Córdoba, Argentina. Comparten nuestro tiempo y lugar. Nos miran aunque no sean vistos. Para sorpresa de muchos, entre la heterogeneidad de sus habitantes, nuestra ciudad aloja a trescientas familias de pueblos originarios cuyas raíces pertenecen a la comunidad del pueblo Comechingón.

Residentes del barrio Alberdi, todos los días se levantan con el mismo propósito: mantener viva su cultura e identidad, tan negada la mayoría de las veces. En el país, son más de 600 mil las personas que se reconocen pertenecientes y/o descendientes en primera generación de pueblo originarios. Y parecemos olvidar que cerca de la mitad de los 45 millones que somos tenemos ascendencia indígena y un 4 por ciento, ascendencia africana.

La realidad no es ficción, aunque intenten así mostrárnosla. La realidad es real; y en Córdoba, como vimos, también está. Hoy hay desnutrición extrema en personas aborígenes por falta de políticas de salud, trabajo y desarrollo social para las étnias originarias.

“Cuando vienen a desalojarnos nos obligan a vivir en un lugar muy reducido. Al quitarnos las tierras no podemos hacer lo único que sabíamos hacer para sobrevivir. Así es como nos condenan a morir. El Estado no considera recursos para que las personas desalojadas puedan vivir de otra cosa que no sea la tierra”, señaló el Vice-director del Instituto de Culturas Aborígenes de Córdoba (ICA), José Valderrama.

El sistema asume como estructural la desaparición de ciertos pueblos; todos callan y todos se vuelven sordos. Negados como originarios, aunque “reconocidos” como negros, vagos, borrachos, peruanos, bolivianos. En el medio de ese todo anestesiado, la representación social de que el “indio” es una cuestión del pasado, problema superado por la inteligencia del tiempo.

Pero estas tipificaciones sostenidas y potenciadas en el sentido común también hacen metástasis en el campo de la política. Es anecdótico recordar que allá por el año 1992 hubo un gobernador que fue capaz de decir “en Córdoba no hay aborígenes”. Lo más probable es que ese hombre jamás haya pasado por la Pampa de Achala, Traslasierra, Quilino, o por el mismo barrio Alberdi.

Sucede que en el imaginario colectivo la Argentina desciende de los barcos. Todos somos “blancos” y “educados”. Nos atemoriza pensar en la idea de que en dos décadas el 20 por ciento de la población pueda llegar a ser de origen boliviano, paraguayo e indígena.

Caminando por la peatonal cordobesa, un día recibimos un folleto que decía: “El Malón vive. Ser visibles nos hace ser”. ¿Ser visibles los hace ser? Nos preguntamos. ¿Visibles ante quienes? ¿Invisibles para quienes? ¿Será que algún humano pueda ser invisible? Fue entonces cuando comprendimos que el olvido a veces es tan penetrante que nos hace olvidar, incluso a nosotros mismos, quienes somos.

A veces la indiferencia hace que cueste encontrarnos, confundiéndonos entre lo que somos y lo que nos atribuyen ser. El hombre es social y en su sociabilidad se define. Pero ¿qué pasa cuando la sociedad no lo deja ser? ¿Qué sucede cuando lo social lo deja afuera, relegándolo a una existencia desapercibida? Entonces ahí es cuando aparecen las sombras, exhortando a la identidad a despojarse de sí misma o, de lo contrario, a quedar sola en la creencia del valor de si misma como tal.

Silencio.

Durante mucho tiempo acudieron a él. Como única forma de defensa y preservación. Pasaron las mil y una, pero siguieron adelante. Supieron siempre que el silencio puede aturdir más que cualquier sonido. Pero tarde o temprano el momento de hablar llega. Y la palabra pasa facturas, busca su lugar, reconstruye su posición.

Tarde o temprano las apariencias caen admitiéndose sólo apariencias. La cortina se corre y el panorama se esclarece. Tarde o temprano el silencio rompe su cascarón y da lugar a la voz naciente, aquella que durante años preparó las palabras justas, los argumentos indicados. Quienes quedaron en el camino no habrán luchado en vano, si su silencio fue la semilla del cambio.

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